Un gigante del canto que humilló la tempestad
Con franqueza, lo confieso: mi admiración por Diomedes Díaz, es posible que haya puesto en riesgo, y no estoy seguro si una vez, mi independencia para opinar sobre él. Pero algo más podría afligirme; en ocasiones, mi condición de escritor o comentarista honesto, no faltan las suspicacias que, a veces, derriban sinceridad y honradez, pero prevalece la causa noble de la cultura, del folclor y, en el caso específico del más grande, la contribución a la imagen positiva de un ser humano que, como artista, revolucionó el Vallenato y la manera de hacerlo. Errar es humano. La perfección corresponde a la esfera de lo Divino, vaya a saber si absolutamente. Diomedes, en pasajes de su vida, equivocó el camino, sin que ello, alcance a eliminar su grandeza, ni palidecer la descomunal dimensión de su legado.
Desde su madre Elvira Maestre, quien describe las dificultades que debió afrontar la familia para salir adelante, así como el inolvidable encuentro con Reginaldo Fragozo, autor de la premonición que anunció, el día del nacimiento de Diomedes, que sería un artista que revolucionaría el mundo de la música.