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Un gigante del canto que humilló la tempestad

Con franqueza, lo confieso: mi admiración por Diomedes Díaz, es posible que haya puesto en riesgo, y no estoy seguro si una vez, mi independencia para opinar sobre él. Pero algo más podría afligirme; en ocasiones, mi condición de escritor o comentarista honesto, no faltan las suspicacias que, a veces, derriban sinceridad y honradez, pero prevalece la causa noble de la cultura, del folclor y, en el caso específico del más grande, la contribución a la imagen positiva de un ser humano que, como artista, revolucionó el Vallenato y la manera de hacerlo. Errar es humano. La perfección corresponde a la esfera de lo Divino, vaya a saber si absolutamente. Diomedes, en pasajes de su vida, equivocó el camino, sin que ello, alcance a eliminar su grandeza, ni palidecer la descomunal dimensión de su legado.

Desde su madre Elvira Maestre, quien describe las dificultades que debió afrontar la familia para salir adelante, así como el inolvidable encuentro con Reginaldo Fragozo, autor de la premonición que anunció, el día del nacimiento de Diomedes, que sería un artista que revolucionaría el mundo de la música.

Esa dimensión, más la que atañe a su condición de hombre caritativo, humilde y tímido, llaman la atención en esta oportunidad, día de su cumpleaños, y en la proximidad del aniversario de su muerte, fechas en las que la mayoría de los colombianos, Caribes, cesarenses y guajiros, familiares y paisanos suyos, sentimos y extrañamos, una década después, en medio de su presencia cada vez más viva, la prematura partida de este gigante de la composición y el canto, que hirió de muerte al Vallenato.

Desde sus mocedades se yergue ante las carencias y las dificultades, pero desafía la tempestad para salir a conquistar un espacio que Dios le tenía reservado, con la condición de que lo luchara, infinitamente, como ocurrió. Diomedes, guardando las consideraciones y el respeto, podría ser el otro gran hombre de las dificultades.

Nace en un hogar humilde en donde hilar fique y tejer mochilas se convierte en actividad generadora de ingresos para el sustento de la familia. Fue un gran tejedor, su dificultad era para hacer el fondo de la mochila, “el plato” como llamamos en la provincia esa parte de esta artesanía que troequéabamos con Navarro, un comerciante que llegaba a La Junta, cargado de utensilios para el hogar, útiles escolares, ropa y calzado, para entregarlos a cambio de cientos de docenas, era como se contaban, estas mochilas, que luego se llevaba en volquetadas.

Es innegable que Rafael María Díaz, su padre, fue un hombre trabajador y tuvo ganado, bestias y tierra, pero también solazado para el trago y la mujer, mientras que el juego no le disgustaba. Fueron muchos más los momentos de escasez que de abundancia, lo que obliga a La Vieja Elvira, su esposa, a cuadruplicar los esfuerzos con la producción de artesanías, dulces o buñuelos de maíz tiernos para afrontar la vida diaria.

Diomedes, entre tanto, lucha incansablemente, por avanzar: vende entre los escasos pobladores de la vereda, lo que su madre produce, además de carne de chivo o chivos en pie y pasa luego, a ser espantapájaros en un cultivo de maíz. En fin, se debate entre las dificultades, mientras que su potencial artístico, que procede de los Maestre, es visible, pero poco apreciado. Con frecuencia se le escucha cantar, especialmente sus propias canciones que ya componía.

En La Junta, Luis Alfredo Sierra, el cantante de la fama, lo elude. La gente lo desprecia porque a juicio de ellos, canta horrible y no tendría futuro. En La Peña, en donde vive hasta los ocho años, aproximadamente, los muchachos, de su edad, lo agreden, él, tímido, huye o enmudece. En Villanueva, en una tarde de retozo con compañeritos de escuela, una piedra disparada desde una cauchera, para derribar un mango maduro, afecta su ojo derecho. Pero en Villanueva, además, vende carbón, leña, recolecta algodón, ordeña, vende buñuelos de maíz fresco con su hermana Gloria, en fin, lucha.

Es Villanueva, a propósito, la que consolida al artista inmenso que lleva dentro y que busca una oportunidad. Es la que destapa al joven humilde de virtudes artísticas y poéticas, que desafía las dificultades y las carencias económicas y hasta sus propios miedos y su timidez natural, para convertirse en una estrella resplandeciente de nuestro folclor.

Es Valledupar, luego, el espacio que lo consolida, cuando logra que el cantante Jorge Quiroz y el acordeonero Luciano Poveda, le grabaran dos canciones en un mismo disco de larga duración. Es allí en donde se empeña por la oportunidad de trabajo estratégica en la emisora Radio Guatapurí, en donde miente diciendo que sabe manejar bicicleta para acceder a un puesto de mensajero y lo logra.

Es la oportunidad en la que Rafael Orozco y Emilio Oviedo, le graban Cariñito de mi vida que lo catapulta a la fama, no desconociendo que de mucho le haya servido, ganar el tercer lugar de la canción inédita en el Festival Vallenato, que le abre las puertas para su grabación con Náfer Durán, que en la misma ocasión, se convierte en rey Vallenato.

Como lo escribí, en alguna ocasión: admiración, devoción, en fin, no sé cómo definirlo, determinaron mi decisión de escribir sobre Diomedes, pero creo, también, haber valorado, a tiempo, el fenómeno social, en el que se convertiría una figura que surge de la nada y trasciende la vida.

El artista integral que rompió todos los esquemas tradicionales del Vallenato, tanto en las grabaciones como en el escenario. Diomedes antes que cantante fue un artista. Una voz melodiosa como gota de miel, de un histrionismo sinigual, conjugados en un estilo que rompió esquemas convirtiéndolo en el gran revolucionario; pero no hay dudas, compositores como él, nacieron una sola vez.

Diomedes creó un estilo que gustó más que sus canciones o, más bien, impresionó más que sus canciones. El público atrapado en la magia de este artista no le quedó rendija alguna para ver, por dentro, su obra musical desde la perspectiva de la composición. El Cacique con su genialidad en la tarima o en los escenarios donde aparecía, generaba un impacto tan estruendoso entre sus seguidores y hasta los que no lo seguían que, fue él, quien dio sustento aquel cuento de que el Vallenato no se baila, lo cual es paja, a no ser que se trate de una parranda, aunque no falta quien viole ese principio.

Lo digo porque fue quien quebró el habitual modelo de presentaciones en público, en las llamadas casetas, que no eran otra cosa que conciertos o espectáculos musicales en los que la gente bebía y bailaba. Diomedes, cambió, rompió el paradigma. Todo mundo dejaba de bailar para apreciar su espectáculo.

Quieran sus hijos y la Divina Providencia, que su escuela musical y su estilo tengan vida infinita, a través de su legado, y de la dinastía, especialmente, sus hijos, que han ido despuntando, aun en medio de la irreparable pérdida de Martín Elías. Pero, falta mucho. ¡Ya veremos!

Escrito por: Luis Joaquín Mendoza Sierra – Biógrafo de El Cacique

Luis Joaquín Mendoza Sierra

De esencia campesina, hijo de la calle, como llamaron, por siempre, a los paridos fuera del matrimonio, nacido en el corregimiento de La Peña (La Guajira), creció realizando tareas rurales en calidad de sirviente, hasta que soñando trascender, fundado en su gran tenacidad, se trasladó a Valledupar, y al ganar unos pesos desempeñándose como maletero y, más tarde, lustrabotas en el aeropuerto Alfonso López, de esa ciudad, se lanza a la conquista del universo que soñaba convirtiéndose en comunicador social-periodista, en la Universidad Autónoma del Caribe.

Luego de un recorrido feraz a través de medios de comunicación de Valledupar, escala hacia Bogotá en donde labora como periodista de RCN radio orientado por el maestro Juan Gossaín, y al tiempo, por las noches y los fines de semana estudia, inicialmente, la maestría en ciencias políticas y, luego, la especialización en integración económica internacional en la Pontificia Universidad Javeriana.

La experiencia y los estudios lo convierten en estratega de campañas políticas exitosas, a través de un marketing innovador y, finalmente se encamina por la competitividad a partir de la que lidera la formulación de planes y agendas de productividad y competitividad, de los departamentos del Cesar y La Guajira.

Luis Joaquín, un ser humano que transpira humildad y generosidad, ha escrito varios libros, entre ellos la biografía novelada de Diomedes Díaz, Un Muchacho Llamada Diomedes que, con la muerte del cantautor de fama internacional, desarrolla una versión aumentada llamada El Silencio del Coloso. Es, así mismo, músico y compositor por afición y estudioso de la competitividad territorial en la que se desempeña como consultor regional.