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Preludios, interludios y codas para las inéditas

Por: Luis Joaquín Mendoza Sierra

Haré un sobrevuelo, a la inversa, es decir, comenzando por lo último, alrededor de lo que ocurre en el concurso de la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, para aportar luces a través de una melodiosa y amistosa diatriba, esperando haya ojos y oídos entre directivos de la Fundación, concursantes y jurados para que entendamos, de mejor manera, lo que parece no tenemos tiempo de entender, especialmente los organizadores, por las carreras convertidas en improvisaciones, durante el certamen folclórico. Antes, varias aclaraciones:

Participé en el concurso de canción inédita, y en la tercera ronda mi obra, Hija de Dios, no apareció en el listado, lo cual acepté, como corresponde. Eso mismo me ha ocurrido en otras ocasiones, aunque en una de ellas, pasé a la gran final, en dos modalidades: piquería y canción inédita, algo que podría sonar insólito, pero ocurrió. Creo que alguien más, no sé si Ivo Díaz, pero, existen otros, pocos, antecedentes.

No es una reacción resentida; no es retaliación contra el evento ni contra sus directivos, ni contra nadie. NO. Es mi aporte para contribuir al mejoramiento, quizás a la transformación, de este concurso y, quiera Dios, despierte una reflexión respecto de todo aquellos en lo que sea posible hacer nuevas cosas y mejorar su desarrollo.

Mi amor por el Festival Vallenato está, sobradamente, demostrado y más que por el Festival por el Vallenato y más que por el Vallenato, por la cultura vallenata. Los defiendo y defenderé hasta la tumba, y si después de allí se hace posible, lo haré. Haber craneado, junto a José Luis Urón, la estrategia Enamórate del Festival, La Fiesta del Pueblo es una muestra fehaciente, de lo que sostengo, aunque son varias las acciones que lo ratifican.

Incontrovertible: aprecio la tarea cumplida por la familia de la inolvidable Cacica Consuelo Araujo Noguera, y demás integrantes de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, al frente de este certamen folclórico popular, que no dudo, es el más importante de Colombia.

Ellos, sus hijos y nietos, más que cualquier otro actor, no lo han hecho bien, sino mejor; paralelamente, el evento crece y exige cada día más y, siento oportuno que revisen, revisemos diría, pues el Festival le pertenece a todos, aspectos y estrategias, así como ajustes para mejorar.

Para ello será necesario que los integrantes de la Fundación, en general, despierten y, algunos salten al frente renunciando a la sumisión, la genuflexión y generen ideas, aportes e iniciativas hacia la consolidación de nuestro Festival.

Al Grano

Hechas estas aclaraciones, deploro, en primera instancia, la inhóspita manera como se desarrolla el concurso de la canción inédita, por lo menos en cuanto a las dos primera rondas se refiere, pues en ellas participé. El coliseo de ferias de Valledupar, no es menos que un galpón hirviente y estridente que distorsionada por su pésima acústica. La silletería a los costados desconectadas de un centro lejano y bullicioso, más las incomodadas sillas, sin brazos, que son arrendadas a $5.000, junto a un remedo de tarima más parecido a un cambuche, se suman al indeseable escenario integral del concurso.

La estridencia que ensordece imposibilita la audición. No entiendo cómo será posible calificar una canción con semejante adefesio se sonido. La amplificación, más parecidas a un pick-up de esquina barrial, destierra toda posibilidad de saber qué dicen y cómo es la melodía de las canciones que concursan.

Los señores jurados sedientos, hambrientos, acalorados y desentendidos, tampoco parecen cumplir una misión responsable. Asombra verlos chateando, abanicándose, pasando papeles de un lado a otro, de mano en mano o, sencillamente, desconcentrados mientras el compositor y los intérpretes se esfuerzan para hacer lo mejor, presentando las canciones frente, a un árbitro casi ausente que pareciera menospreciarlos.

Para colmo, antes que estar al pie del concursante atendiendo su participación, los instalan lejos de la estrecha e improvisada tarima, perdiendo el control del todo el concurso en el que la comandancia la ejerce un presentador, casi siempre, “casetero” pues grita y saluda a la vieja usanza de los espectáculos musicales, y es él, quien dice cuándo llama, y a quién elimina.

Respetuosamente, reclamaría un poco más del coordinador del concurso señor Efraín Quintero Molina, quien parece no enterarse de mucho de lo que ocurre en el escenario. Mi reverencia para El Mono, connotado protagonista de la cultura, pero, frente al concurso, se nota rutinizado y distraído como siguiendo el curso de un boceto decrépito pre elaborado, que concluirá, como tendrá que concluir, sin que importe mucho, lo que ocurre en el desarrollo del concurso.

Los concursantes, entre tanto, arrimados en cualquier rincón, inflamados de la estridencia de la amplificación, el calor infernal, la gritería de los vendedores ambulantes, sin un lugar donde calentar una canción, y bajando de la tarima acosados para pagar, a boca de urna, como dicen en elecciones, los honorarios de cada uno de los intérpretes, quienes, por supuesto, tienen todo el derecho del mundo, pero se me antoja que alguna medida para estandarizar ese estipendio debe adoptarse porque, cada día es menos posible participar por el enorme costo de presentar una canción inédita en el Festival de la Leyenda Vallenato.

Sumados los honorarios de los intérpretes: cantantes, coristas y músicos, más la grabación de la canción para inscribirla, se invierte una importante suma de dinero que no todos están en capacidad de sufragar. La Fundación debía disponer de estudios y músicos para esa tarea facilitando, de esa forma, la participación de los compositores quienes no concursan por un premio, que, a mi humilde juicio, pecuniariamente tampoco es gran cosa, sino por el honor de ser ganador, pues aquello, a duras penas, cubriría la inversión que hace el compositor, a lo largo del concurso.

La gran mayoría de los concursantes, ni siquiera disfruta de la posibilidad de que su canción sea escuchada en espacios abiertos, porque el arcaico modelo de preselección, reducido a cuatro muros, no lo permite. Es tiempo que la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata derribe las paredes del conciliábulo que preselecciona las inéditas, pues la idoneidad y seriedad de los jurados no parece suficiente.

La preselección tiene que ser un evento abierto, asista o no, público. Una actividad en la que el soberano, el pueblo quiero decir, audite, vigile y contribuya, con su presencia, al escrutinio de las obras que se someten a un concurso de tanta trascendencia, lo que le, de paso, adiciona un grado importante de transparencia. Sencillamente, se escoge un lugar, se anuncia el cronograma de las audiciones y, sin importar que llegue o no llegue público, se procede al examen de las canciones.

A propósito de público, en el concurso, para colmo, percibo que dada la poca importancia y la escasa difusión que se la canción inédita, se observa una asistencia escasa, notable también frente a la transmisión de medios masivos de comunicación social, por tanto, la incidencia del concurso queda en la esfera rural, ignorada y tan parecida al escenario en donde se desarrolla.

Aprovecho para rendir tributo a las emisoras Radio Guatapurí y a Cacica Estéreo, dos insignias del Festival de la Leyenda Vallenata, sobre las que creo que, antes que hacerlo por pertenecer a un grupo empresarial cercano a la Fundación, entienden el valor del Vallenato y del Festival y se sirven a manteles de este gran evento, como campeonas de las transmisiones, saboreándoselo, ante la indiferencia del resto de los medios de comunicación. A cambiar o nos seguirán cambiando.

No debe estar lejano el día en que la Fundación organice el concurso de canción inédita como corresponde. Solo de esa manera habría resultados distintos a los que se obtienen hoy, especialmente respecto del contenido melódicoliterario de las obras que concursan y las que triunfan.

Las canciones que ganan el Festival de la Leyenda Vallenata, tienen más posibilidades de inmolarse que de alcanzar éxito, si es que algún aparece un artista que se interese por ellas, dado que sus contenidos son tan apegados a la condición folclórica que estarán condenadas a desaparecer del panorama. He allí la necesidad de que la Fundación incurra en el esfuerzo de hacerlas públicas no solo premiándolas en el concurso, sino también realizando grabaciones comerciales, para que se propaguen y resistan a morir.

Eso mismo debía hacer con los ganadores de otras categorías, acordeoneros en particular, para que superemos la condición más parecida a, ganar es perder, porque no vuelven a escucharse jamás. Además, las canciones ganadoras, tal y como triunfaron o en versión comercial, si es que lo lograron, deberían estar a un clip de los usuarios de la web de la Fundación.

No puede esperarse que algo cambie, si hacemos siempre lo mismo. Los lugares, nombres y giros idiomáticos recurrentes y, por tanto, comunes de las canciones típicas, sumado a un aparente menosprecio del Festival, por la lírica, encuentran aliados las condiciones deficientes en que se desarrolla el concurso, pasando por los incómodos entornos en los que nos toca actuar a jurados y concursantes.

Si participantes y jurados no encuentran espacios y condiciones ideales para el concurso de la canción inédita y la cándida, Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, sigue propiciando el ambiente que hoy rodea este concurso, no será posible, jamás de los jamases, recuperar la importancia del mismo, su protagonismo, ni mucho menos cualificar, el contenido de las obras, contrario a lo que significa la canción como uno de los componentes más preciados del Vallenato.

Las condiciones mínimas para apreciar una canción en un concurso, tienen que pasar por instalaciones cómodas, ambiente acogedor, máxima calidad en audio, jurados conectados al sonido, en lo posible, a través de audífonos; calificación inmediata, pública a través de medios digitales, así como algún grado de separación entre ellos, para impedir el cotorreo, propiciando, además, máxima independencia a la hora de calificar.

Los jurados, a medidas que transcurre el concurso, van entregando resultados computados y listos para publicar, pero inexplicablemente, los concursantes esperan horas de horas para conocerlos. Nadie entiende las razones por las que la Fundación se toma tanto tiempo para publicarlos.

Frente a los concursantes es necesario desparecer el modelo espantapájaros muy común entre quienes concursan, pero al no ejecutar ningún instrumento, ni cantar, asumen un rol medio gaseoso al sustituir el rol de intérprete, por manoteos, gritos, agitación y arengas desde las esquinas del cambuche tarima, buscando justo protagonismo, ante la desafortunada circunstancia de no hacer parte del espectáculo, siendo, al tiempo, ni más ni menos, autor de la canción.

Sería pertinente, en cambio, valorar el rol del compositor que ejecuta algún instrumento o hace voces. Es un valor agregado inalienable que no puede pasar desapercibido y, más bien, como ocurre con los acordeoneros concursantes, es una condición que suma puntaje a la hora de un concurso.

Mientras se acerca una nueva versión de nuestra magna fiesta, seguiré haciendo flexiones, alrededor de otros asuntos relacionados con el Festival de la Leyenda Vallenata, validado, más que por mis conocimientos, por el amor que le proceso al máximo certamen del folclor colombiano, y a nuestra música, infinitamente, hermosa y sublime.

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Luis Joaquín Mendoza Sierra

De esencia campesina, hijo de la calle, como llamaron, por siempre, a los paridos fuera del matrimonio, nacido en el corregimiento de La Peña (La Guajira), creció realizando tareas rurales en calidad de sirviente, hasta que soñando trascender, fundado en su gran tenacidad, se trasladó a Valledupar, y al ganar unos pesos desempeñándose como maletero y, más tarde, lustrabotas en el aeropuerto Alfonso López, de esa ciudad, se lanza a la conquista del universo que soñaba convirtiéndose en comunicador social-periodista, en la Universidad Autónoma del Caribe.

Luego de un recorrido feraz a través de medios de comunicación de Valledupar, escala hacia Bogotá en donde labora como periodista de RCN radio orientado por el maestro Juan Gossaín, y al tiempo, por las noches y los fines de semana estudia, inicialmente, la maestría en ciencias políticas y, luego, la especialización en integración económica internacional en la Pontificia Universidad Javeriana.

La experiencia y los estudios lo convierten en estratega de campañas políticas exitosas, a través de un marketing innovador y, finalmente se encamina por la competitividad a partir de la que lidera la formulación de planes y agendas de productividad y competitividad, de los departamentos del Cesar y La Guajira.

Luis Joaquín, un ser humano que transpira humildad y generosidad, ha escrito varios libros, entre ellos la biografía novelada de Diomedes Díaz, Un Muchacho Llamada Diomedes que, con la muerte del cantautor de fama internacional, desarrolla una versión aumentada llamada El Silencio del Coloso. Es, así mismo, músico y compositor por afición y estudioso de la competitividad territorial en la que se desempeña como consultor regional.