Legado de Gratitud del milagro Cielo LA DAMA DE LA SOLIDARIDAD
Por: Luis Joaquín Mendoza Sierra
Sembrar generosidad en esta humanidad invadida por comportamientos egoístas y sentimientos de ingratitud, indolencia y envidia es una misión casi extinguida, tanto por la mezquindad que prevalece en la sociedad de hoy, como por la desaparición de seres humanos altruistas, que hagan de esta virtud apreciada e imprescindible, un valor permanente y profundo.
Un ser generoso es un tesoro invaluable que merece ser conservado, protegido, exaltado y colocado como ejemplo para que las generaciones presentes y futuras aprendan a dar sin esperar nada a cambio y enfoquen esfuerzos para labrar armonía y felicidad en hombres y mujeres saciados del mundanal e insolente escenario de la indiferencia y la soledad que los acorrala.
Cielo María Gnecco Cerchar, es uno de esos nobles seres humanos que se han ido diluyendo en el océano de la emulación y la codicia en el que impera la fórmula destructora de suma cero: reino yo, pero tengo que desaparecerte a ti. Estos poseedores de almas envenenadas, pocos, por cierto, intentan con obcecación infructuosa, oscurecer el destello de una mujer única, de alma y capacidad de servicio del tamaño del universo.

La escuela del altruismo
El hogar constituye el núcleo fundador del ser humano. La escuela y la sociedad moldean, posteriormente, hasta donde les es posible, al individuo que irrumpe en esos escenarios, formado en valores y principios, sin desconocer que los defectos, inherentes al ser humano mismo, aflorarán inexorablemente.
Dedicados con pasión al trabajo, don Lucas y doña Elvia, padres de Cielo, invertían mucho, quizás más de lo que ganaban, ayudando personas pobres, enfermos desamparados, presos sin familia, y orates errabundos que intentaban vivir del auxilio del cielo y de la solidaridad y la voluntad humana.
Lucas y Elvia sembraban, de manera abundante, entre los más necesitados si tener conciencia de que la siembra, más que en los corazones agradecidos de quienes recibían su auxilio, a través de la que socorrían con amor y desprendimiento, estaba ocurriendo, de manera simultánea, en el espíritu de sus hijos quienes heredaron el don de vivir la dicha de hacer felices a pobres y excluidos de la sociedad, de aquellos tiempos, provocando una extraordinaria conexión entre gratitud y bienestar general, que es en donde nace el interés de que los representen en instancias de poder para que diseminaran, desde lo público, las generosa práctica de servir a todos por igual.
Con la filantropía como marca dibujada por una manera particular de vivir para los demás, los herederos del hogar Gnecco Cerchar, Cielo María, en especial, aprendieron a plantar la solidaridad y el amor en el prójimo y convertirse en esperanza para la humanidad a la que, hoy como siempre, ayuda, generando una gratitud social y un sentimiento que, al final, como en el pasaje de corintios, recogerá frutos: “Pero esto digo: el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente, también segará”.

Es un río de gratitud engendrado alrededor de la Dama de la Solidaridad que recorre la sociedad cesarense, guajira y la del cualquier lugar donde llegue. Es ella la propulsora de un vínculo afectivo con la gente, enamorada del servicio y apropiada de una empatía que comprende y vive las necesidades y emociones del otro, contribuyendo a su crecimiento personal y a su felicidad.
Lo que el hombre siembra eso segará
No son los bienes materiales o terrenales lo que definen la condición de un ser humano noble, generoso y bueno. Siento que la gratitud es más profunda y sentida cuando las personas reciben un abrazo, encuentran una oportunidad para crecer y ayudar a su familia, un consejo útil o un mensaje de amor.
Es más valiosa la generosidad, la compañía de alguien en un mal momento, o un plato de comida para un hambriento, que una moneda de oro. En las dificultades y los sufrimientos se aprecia, con el alma, la solidaridad y el apoyo de alguien, con más emotividad y gratitud que lo material.
Cielo María, lo ha dado todo para que los abuelos, los niños especiales, las viudas, personas en situación de discapacidad, las mujeres cabeza de hogar, los campesinos, los menesterosos, vivan una vida plena. Comparte sin prejuicios y enciende felicidad y esperanza entre las personas tristes, así ella tenga roto el corazón.
Sus propias tribulaciones, que capotea con valor e hidalguía, encuentran consolación en la alegría de los demás. Le entrega a Dios la naturaleza malvada y vil de los pocos que intentan, en vano, intimidarla y se levanta agigantada como el cielo mismo que comporta su nombre, con la fe y la esperanza de los mejores designios de Dios segura de que los justos tienen un espacio separado en esta tierra de paso como en el trono eterno del Todopoderoso.

Comprende por qué le pasan cosas malas a gente que, como ella, dedican su vida a servirle a los demás. Jesucristo, mismo, padeció la persecución y la traición. Job, el hombre bueno y justo, fue probado de todas las formas para que renunciar a confiar en Dios, pero resistió aferrado a su fe, y ninguna prueba, por duras que fuera, le hizo declinar. Ella como él, espera y encontrará recompensa en la Divina Providencia.
Cielo María ha sido una sembradora del bien, es una mujer justa, solidaria y servidora. Ha padecido linchamientos públicos, pero sigue la marcha que deja una huella imborrable del bien, y antes por el contrario perdona a sus agresores, porque practica la sabia enseñanza de las escrituras que sentencia: “Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos”.
Esta oda en prosa es un justo y sentido reconocimiento a Cielo María, La Dama de la Solidaridad un título que ha ganado con sobradas razones. Un ser único que con su franqueza, ternura y generosidad encanta y atrapa, infinitamente.