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LA DINASTÍA GRANDE DEL VALLENATO

LÓPEZ/Molina/Gutiérrez/Zequeira/Zuleta/Calderón

Este fragmento de la crónica escrita por Luis Joaquín Mendoza Sierra en el libro 40 Notas una Melodía presentado en abril de 2015 se publica para rendir tributo de admiración al fallecido rey vallenato Miguel López.

En un lugar de cruces de caminos, por donde viajaban las fantasías de los creadores de una música inmortal denominada Vallenato, se asienta una familia heredera de la música que salió de las entrañas de España y discurrió desde allí, primero hacia Venezuela y luego a Colombia. Cuatro hermanos como siguiendo los senderos trazados por los conquistadores del nuevo mundo se sumergieron en el sentimiento de Latinoamérica y fueron atraídos por los embrujos y las fantasías que el acontecer provinciano reservó, de manera exclusiva, para las historias del Macondo Vallenato. La magia de esta provincia y de su gente los atornilló para siempre a este suelo que encanta hasta al más insensible y desprevenido ser humano. Francisco Antonio Molina, uno de los aventureros, debió traer a cuestas la herencia de la trikitixa de la Hohner, instrumento que según lo escrito por Kepa Junkera en su obra sobre la historia de esta maravilla de acordeón, colonizó buena parte de Europa Central, especialmente Alemania y Austria, como otras áreas de ese continente. Molina inicialmente acampó en los alrededores de San Juan del Cesar (La Guajira), en el corregimiento de El Tablazo, patria chica del egregio compositor Hernando Marín. Trozos de la historia perdidos en los recuerdos de familiares, y algunos amigos que sobreviven, sostienen que este personaje se desplazó hasta el municipio de La Paz con el propósito de realizar actividades agropecuarias y el procesamiento de piedra de cal. Allí, gracias a la Divina Providencia encontró su media naranja de raza musical, como él. Se enamoró y conformó una extraordinaria familia y empezaron a sembrar la música que se explayó a través de un bosque robusto de apellidos herederos de este arte, que se ha multiplicado de manera exponencial y en magnitudes casi asombrosas.

Sucesión infinita y fértil

Entre España, de donde procedían, y el municipio de La Paz en Colombia, algunos, no todos los Molina, perdieron el apellido paterno tomando el materno. Así ocurrió con los hijos de Juan Francisco, uno de los cuatro hermanos que ingresaron por el norte, desde Venezuela a La Guajira, y luego al Cesar. De su matrimonio con María de Jesús López, conocida como ´Chúa´, nacen: Noemí, Eladio y Juancito, quienes se apellidan López. Este último mostró desde niño su simpatía por al acordeón y la caja, artes que desarrolló con propiedad y buen estilo. Juancito, segundo eslabón de la familia, tiene la fortuna de cruzar herencia musical con los Gutiérrez, luego de que se casara con Filomena, de cuyo matrimonio nacen varios hijos que se identifican con la música: Pablo Rafael, por ejemplo, bien temprano mostró la influencia de su padre al convertirse en acordeonero y Agripín, su hermano cajero. Nacieron, así mismo, Juan Francisco, de aptitudes extraordinarias como carpintero; Ana Francisca, Víctor Julio, Cecilia y Ana Dolores. Pablo Rafael contrae matrimonio con Agustina Gutiérrez, elevando al cuadrado este apellido en la familia, y dando origen a una exuberante ramificación de músicos encabezados por Pablo, Miguel, Elberto y ‘Poncho’ López, quienes más tarde serían conocidos en el mundo musical del Vallenato como los hermanos López. Con Agripín germina otra rama del árbol que se asemeja cada vez más a un complejo rompecabezas. De su hijo Juan Francisco nace Jader, su nieto, figura destacada del acordeón. Al laberinto de la parentela se suma otro brazo musical. Filomena, esposa de Juancito, trae a cuestas su propia herencia musical, que cruza con los López. Sus hermanos: José de las Mercedes ´Cede’ y Genaro Gutiérrez alcanzaron prevalencia como acordeonero y cajero respectivamente. El portentoso desfile de músicos de inmortal categoría se extiende hasta el tres veces rey del Festival Vallenato Alfredo Gutiérrez, cuyo padre Alfredo Gutiérrez Acosta, hijo de José María Gutiérrez y Tulia Acosta, era primo hermano de doña Agustina Gutiérrez, madre de los hermanos López. Juan López se casa con Francisca Mieles y nacen: Bernelis, Antoliano (acordeonero); Renán, Juana, América, Nubia y Sonia, madre de Oscar y Navín Cantillo, reconocidos músicos de cuerda. Entre tanto, Bárbara Mieles lo hace con Francisco Antonio López Gutiérrez, quien es hijo de Noemí López, quienes tuvieron a Dagoberto López, gran cantante, compositor, y acordeonero aficionado; y el primer Navín, nombre que se repite al menos en tres eslabones de esta dinastía. El segundo es el rey del concurso de acordeoneros del Festival Vallenato, hijo de Dagoberto.

El otro influjo musical salta desde los Zequeira, traído por Doña Agustina Gutiérrez, quien no se colocó el apellido de su padre, Pedro, gran acordeonero, sino el de su madre, Cristina Gutiérrez. Entre los Zequeira surgieron importantes protagonistas de la música: Eusebio, de quien se dice enfrentó al diablo como lo hizo Francisco ´El Hombre´, Gabriel y Enrique, también acordeoneros, James, inigualable para componer décimas y, finalmente, Juan, un extraordinario guitarrista. Los Zequeira, tan músicos como la música misma, le adjuntan a la connotada herencia musical de la gran dinastía López, como si otra ramificación faltara, los Zuleta, de Job, el abuelo de Emiliano Zuleta Baquero. Valga escribir que Bárbara Zuleta, esposa de Buenaventura Zuleta, madre de los Zequeira, y abuela de Agustina Gutiérrez de López, era hermana de Cristóbal ´El Terce´, padre de El Viejo Mile´, tronco de otra gran dinastía. Si más nombres o apellidos hicieran falta para hacer más complejo este dulce y musical enjambre, van los siguientes: del Cruce de Gutiérrez con López, apareció Antonio Jacinto Gutiérrez, tan eficaz para procrear que tuvo doce hijos de donde nacen, según Efraín ´Pale´ Gutiérrez, “Todos los músicos de viento de La Paz” que han conformado bandas musicales como la conocida San Francisco. Quien tuviera que hacer alguna referencia a los acordeoneros de la época debía mencionar inevitablemente a Juan Bautista López Molina ´Juancito´, reconocido por su estilo de tocar el acordeón y por la devoción que le profesaba a este instrumento. Cuentan los pacíficos (gentilicio de los habitantes del municipio de La Paz) que la casa de los López Gutiérrez se convirtió, durante varios lustros, en la embajada de la música en esa población. Las visitas de acordeoneros famosos y las parrandas constantes hacían de esa residencia una fuente de música y semillero de músicos. Grandes acordeoneros como Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales, Eusebio Ayala, El Negro Mendo, Chico Bolaño, Luis Enrique Martínez, los Araque, los Pitre, frecuentaban la casa López atraídos por la afabilidad y el estilo de tocar acordeón de don Juan. López es un apellido tan excelso musicalmente, que no hubiera requerido la influencia de otros linajes para trascender en este arte, pero la naturaleza que coloca cada cosa en el lugar ideal hizo un milagro que estalló en más música, al producirse el cruce de todos esos apellidos convertidos en una sarta infinita y bendita para fortuna de nuestro folclor.

Miguel: Rey precursor en la familia

El quinto rey del Festival de la Leyenda Vallenata, Miguel López Gutiérrez, es el precursor de los reyes del acordeón en una familia en donde hay tres coronas más: Elberto ´El Debe´, hermano; Navín, su sobrino; y Álvaro, su hijo gozan como él del privilegio de haber ganado la corona en el concurso de acordeoneros de ese evento folclórico.

Su incursión implicó una novedad que luego se convirtió en un recurso común entre los concursantes. Se trata de la aparición de un cuarto integrante del conjunto Vallenato: el cantante. Miguel había ganado reconocimiento como acordeonero del cantante Jorge Oñate, oriundo de La Paz, bautizado por el escritor y periodista Juan Gossaín como ´El Jilguero de América´, por su canto claro, fuerte y brillante.

Consciente de sus deficiencias como cantante, Miguel López antes de inscribirse en el concurso se dirigió a los organizadores del Festival Vallenato solicitando su anuencia para que alguien distinto al acordeonero cantara. El compositor Alonso Fernández Oñate, vocero de la coordinación de turismo, encargada de la organización del Festival antes de que existiera la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, dio un parte positivo. Le dijo que cualquiera de los tres actores: acordeonero, cajero o guacharaquero podía hacerlo.

Con el visto bueno de los organizadores, los hermanos Miguel y Pablo llamaron a Jorge Oñate, quien asumió el doble rol guacharaquero y cantante. A partir de ese momento, el Festival Vallenato institucionalizó esta modalidad ya muy común en los concursos.

“Recuerdo que todo mundo nos buscaba para tocar parrandas y nos aconsejaban que no nos presentáramos a Festival. A mí me parecía interesante hacerlo, pero me daba temor porque los acordeoneros tenían que cantar”. El merengue Dina López, compuesto por Vicente ´Chente´ Munive; el paseo Qué Dolor, de Luis Enrique, La Vieja Gabriela, de Juan Muñoz y un son de la autoría de Pacho Rada, dedicado a la plata madre de la riqueza, extraordinariamente interpretados le dieron el triunfo.

Acordeón bendito

Aunque es el título con el que circuló el primer disco grabado por Miguel López y Freddy Peralta, que corresponde a una canción del compositor Emiro Zuleta, no es menos cierto que su estilo típico Vallenato, melodioso y armonizado de manera perfecta con bajos, nos coloca frente a un acordeonero que enarbola la santificación de la música de esta tierra.

Se trata de uno de los exponentes más reconocidos de la familia musical de los López, que sostiene en alto el estandarte de la expresión musical de mayor arraigo en Colombia: el Vallenato, que hoy goza del privilegio de ser identificada como impronta de nuestra patria en el exterior; y Miguel López, su acordeón y su dinastía son de los más importantes protagonistas de este logro.

Su nota musical comenzó a expandirse por toda la comarca gracias a las parrandas que tocaba con sus hermanos, entre los que estaba Pablo, quien inicialmente era el acordeonero. Luego, a mediados de los años sesenta, de manera aficionada se hacían acompañar de Jorge Oñate, quien ya se mostraba como un cantante que deslumbraba con su voz.

En los momentos en que el grupo musical estaba acoplado y triunfando en fiestas locales y parrandas, doña Delfina, madre de Jorge Oñate, decide trasladarse con él a Bogotá, en donde transitoriamente fijan su residencia. Fue allí, precisamente, en donde el cantante aparece por primera vez en el disco, luego de que el compositor Alonso Fernández Oñate, en cumplimiento de una agenda de promoción de la primera versión del Festival de la Leyenda Vallenata, lo invita a grabar acompañado del acordeón de Emilio Oviedo.

En los días previos al certamen folclórico, el mundo Vallenato conoció un larga duración denominado Festival Vallenato, en el que Jorge Oñate canta las canciones: Campesina Vallenata, Luisa Fernanda y María Eugenia, lo que antes que desanimar a los López, los estimula en vista de que su paisano, amigo y compañero apareció en el disco.

Los López: alcanzando la gloria

Mientras Jorge Oñate disfrutaba de sus grabaciones y escalaba en la música, los López no se vararon; por el contrario, continuaban en La Paz y sus alrededores tocando parrandas y fiestas de los amigos. Se habían entrenado en lides musicales, tanto antes como después del Ruiseñor del Cesar, apelativo acuñado por el locutor y comentarista de Vallenato, Jaime Pérez Parodi. El primer cantante del grupo fue Dagoberto López, su hermano, apodado El Clarín por la potencia y hermosura de su voz, pero que no trascendió hasta el disco porque no tenía ésta como actividad principal que, en cambio, era la docencia. En otro momento de la historia acudieron al canto de Manuel Andrés Sierra Noriega, a quien también Jaime Pérez Parodi, le colocó el sobrenombre de Manito Johnson, en alusión al cantante panameño.

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Luis Joaquín Mendoza Sierra

De esencia campesina, hijo de la calle, como llamaron, por siempre, a los paridos fuera del matrimonio, nacido en el corregimiento de La Peña (La Guajira), creció realizando tareas rurales en calidad de sirviente, hasta que soñando trascender, fundado en su gran tenacidad, se trasladó a Valledupar, y al ganar unos pesos desempeñándose como maletero y, más tarde, lustrabotas en el aeropuerto Alfonso López, de esa ciudad, se lanza a la conquista del universo que soñaba convirtiéndose en comunicador social-periodista, en la Universidad Autónoma del Caribe.

Luego de un recorrido feraz a través de medios de comunicación de Valledupar, escala hacia Bogotá en donde labora como periodista de RCN radio orientado por el maestro Juan Gossaín, y al tiempo, por las noches y los fines de semana estudia, inicialmente, la maestría en ciencias políticas y, luego, la especialización en integración económica internacional en la Pontificia Universidad Javeriana.

La experiencia y los estudios lo convierten en estratega de campañas políticas exitosas, a través de un marketing innovador y, finalmente se encamina por la competitividad a partir de la que lidera la formulación de planes y agendas de productividad y competitividad, de los departamentos del Cesar y La Guajira.

Luis Joaquín, un ser humano que transpira humildad y generosidad, ha escrito varios libros, entre ellos la biografía novelada de Diomedes Díaz, Un Muchacho Llamada Diomedes que, con la muerte del cantautor de fama internacional, desarrolla una versión aumentada llamada El Silencio del Coloso. Es, así mismo, músico y compositor por afición y estudioso de la competitividad territorial en la que se desempeña como consultor regional.