Ensilló una bestia y partió con rumbo norte hasta perderse en la profundidad del monte. El joven lo siguió con la mirada fija, infinita nostalgia y resignación franciscana, pero convencido de que lo seguiría hasta el fin de los siglos.
A la salida del Pueblo, se encontró con su compadre Camilo, miembro de la cuadrilla de trabajadores de los días de la región de Juan Márquez.
– Carajoooo, dijo en tono de extrañeza confabulada, usted no deja ese acordeón ni pa´ miá.
– Usted sabe, compadre, que este viejo acordioncito hace parte de la vida mía.
– Y de la vida del diablo también- Le respondió, y largó una carcajada sonora y burlesca….
– ¿Se va a hace usté el pendejo? Eso está claro. Ya dije, lucharé por ayudale pa´ que tenga su acordión.
– ¿De qué me está hablando?
– Ya le dije. Hágase el pendejo
Enseguida, cabestreó la bestia, y aceleró el paso. Llegó a Pueblo Bello, en donde consiguió trabajo con don Emilio Strauck, un alemán de refinados gustos y extraordinarias habilidades para los negocios, quien después de un paso fugaz por Valencia de Jesús se radicó allí y organizó haciendas productoras de café y pancoger.
Mientras la fama de Rafael, dedicado a los negocios y a vivir de la nostalgia por su tierra, se fue extinguiendo, la del joven crecía de manera sorprendente. Con acordeones prestados usados, fugazmente, en los recesos de las agotadoras jornadas de jornalero, ordeñador y, a veces de becerrero, fue construyendo un estilo único, al tiempo que su voz de tonalidad grave, maduraba.
“El muchacho se defiende”, comentaban paisanos suyos, poco convencidos de su calidad de intérprete. Con el mismo pesar con que despidió al acordeón más que a Rafael, cuando éste se fue a Pueblo Bello, se despidió de Juan Bautista, otro gran maestro del acordeón, en Valencia de Jesús.
Se fue para la región Sabanas de Verdecia, en el municipio de Codazzi. Allí trabajó, por un tiempo, para doña María Mejía, una rica ganadera, quien lo acogió con gran cariño, pues tenía importantes nexos con Valencia de Jesús, población que visitaba para vivir la gran devoción de este pueblo y su gente por la Semana Santa.
Obsesión y acordeón
Pueblo Bello, en carnavales y en diciembre, o cuando había visitas especiales en casa de Rafael, se acostaba y despertaba con las notas de su acordeón. De tiempo en tiempo, cuando ya la telaraña casi cubría el instrumento, lo limpiaba.
El obsesionado joven apareció en escena. Jornaleando había reunido unos pesos y fue hasta Pueblo Bello. La sorpresa de Rafael fue más grande cuando le contó que tenía la primera parte del dinero para comprar un acordeoncito y que deseaba engancharse en algo para ganarse el resto.
Don Emilio, le ordenó ponerse al frente de una recua de mulas con las que transportaba carga hasta la estación de los vehículos que transportaban pasajeros y productos de pancoger hacia Valledupar.
El día que recibió el último centavo con el que completó 35 pesos que necesitaba para dar el primero de dos contados del acordeón, lo compró. Rafael y Emilio, tenían la seguridad de ser un joven serio, por eso no tuvieron temor de servir de codeudores por los restantes 35 pesos, que llevó a los pocos meses.
Por las noches Rafael le contaba la nostalgia por su tierra y su gente. Solo usted, hermano, colma si anhelo, mi nostalgia. Voy a llevarlo para que conozca el lugar desde donde diviso mi Valencia del alma, para saciar mis deseos de estar allá y calmar mis tristezas.
Una tarde de sol brillante, llegaron al lugar, una planicie en la cúspide de una inmensa colina. Se sorprendió: “Provoca volar y caer allá”, le dijo a Rafael. “Claro, hermano. A mí también, pero algún día vuelvo”.
Con su acordeón al hombro, abandonó Pueblo Bello, en medio de una gran nostalgia por Rafael. Unos maromeros que pasaban por Valencia, lo vieron tocar el acordeón y lo contrataron para que hiciera la parte musical del espectáculo. Así, viajó por Los Venados, Caracolí, Mariangola, Aguas Blancas, El Copey, Caracolicito, entre otros pueblos de la región.
Días después, a la media noche, lo serenateó con la otra canción que se disputa el honor de ser la primera de las más de 1.000 que compuso el gran maestro: El Plan de Salas, en la que le reclama por su larga ausencia y olvido de Valencia de Jesús, su tierra.
*Crónica escrita por:
Luis Joaquín Mendoza Sierra