Los buenos propósitos colectivos tropiezan, con frecuencia, con egoísmo, ambiciones y maledicencia. En contraste, las familias, los vecindarios, los amigos, las sociedades crecen y se desarrollan, más rápidamente, cuando la armonía, la empatía, el amor y la comprensión están presentes.
Los perros y los gatos, considerados, por algunos como enemigos o, por lo menos discrepantes permanentes, no lo son tanto, en la medida en que hayan nacido y criado juntos. Entonces, no es tan coherente asumirlos, sin mayor consideración, como contradictores a garra y colmillo.
Al contrario, en muchas ocasiones, son admirable ejemplo de armonía y convivencia para los seres humanos, entre quienes, es usual la rivalidad, la envidia, las apariencias. Mientras estos animales son capaces de compartir la presa, aquellos, especialmente cuando se unen para propósito que involucran poder y dinero terminan, casi siempre, convirtiendo paz en algo insostenibles.
Las aspiraciones justas se desbarajustan en la medida en que el sabor del poder de influencia y el dinero crecen. Es lo que, según Maquiavelo, le ocurre al príncipe, en el sentido de que, definitivamente, todos contra los que lucha y ha ofendido para construir un principado serán tus enemigos, lo cual no es tan grave cuando, en cambio analizas, como lo señala textualmente “no podrán considerar como amigos a lo que te han ayudado a conquistarlo porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban”.
Es posible que haya razones de peso y quizá justas para que algo así ocurra. No siempre los resultados se producen en la dimensión esperada y hay que conformarse con menos, sin descuidar una razón de común ocurrencia, que estriba en que los amos del principado ambicionen demasiado y asuman como suyo lo que es de todos y se enconchen egoístamente hasta generar desavenencias que terminan en conflicto.