Vástago de una reconocida casta política el joven José, se mostraba dispuesto, pero todas sus virtudes, no parecen corresponderse con lo que pasa hoy en nuestro municipio. Tampoco debía extrañarnos. En general, a los gobernantes, el ambiente palaciego, el poder, los equipos desbordados por genuflexión, les alimentan, o despiertan, si es que no la poseen, una arrogancia que inflama.
Entiendo, no es fácil huir de la adulación. Si el gobernante, difícil que así sea, no tiene sentimientos mesiánicos, se los provocan los lambones, y ellos se comen el cuento tan inconscientemente, que solo despiertan cuando ya están en la calle desgobernados.
Ahí sí, ya convertidos en pajuatos o reyes de burla, especialmente, por no haber hecho nada o, para ser abogados del diablo, por haber hecho poco, pasan desapercibidos y la gente los mira como tal. Estoy, valga decirlo, refiriéndome al contexto general o a un gobernante en particular.
En Valledupar impera una barahúnda patentada por un gran caos al que estamos contribuyendo todos. Absolutamente, todos, comenzando por mí, porque a pesar de que soy, absolutamente, respetuoso de las leyes, las convenciones y normas ciudadanas, más por descuido que por otra razón, puedo cometer fallas de apariencia insignificante, pero a la hora de la verdad, fallas son.
Confieso que esto está salido de madre. Entiendo; no es justo achacarle todo al alcalde, claro que no. Por eso he dicho que es responsabilidad de todos, pero amigo, usted es la primera autoridad y si usted y su gabinete no comienzan con el ejemplo estaremos viajando hacia el peor de los mundos.
Expandir la mira, recomienda o sugiere, llamar la atención de concejales, diputados, el señor Meza, de la gobernación, los señores parlamentarios, autoridades de policía, empresarios, rectores de universidades, líderes sociales, en fin, todos. Valledupar se nos está desbaratando en nuestras narices, en nuestras manos. El Cesar, se marchita, lentamente, por falta de liderazgo y gestión.
La indiferencia, aunque desconcertante, pero visible en todos y cada uno de los actores públicos, privados, académicos y sociales de esta sociedad y buena parte del Cesar, en los que, cada día es más penosa la inversión de valores, acabará dándole un golpe certero a la esperanza y al futuro de las nuevas generaciones si ustedes, si nosotros, en vez de hacerlo mejor, lo hacemos, peor o, cuando menos, igual.
En Valledupar, nadie respeta nada. La cultura “del torcido”, el comportamiento de incivilizados ciudadanos y ciudadanas, si es que se les puede llamar así; la cartelización hasta del turno en la eps. En todo caso, la conducta permanente de acudir al atajo para aprovecharnos de todo, amenaza esta sociedad.
Pero qué diablos hacen, les pregunto, especialmente a los gobernantes. No nos acostumbraremos a la asombrosa tendencia del ejercicio público para los compadres y las comadres. Reclamo una sociedad civil empoderada y dispuesta a exigir el respeto por la dignidad de la administración pública diligente y transparente. Para colmo nuestros pueblos se están llenando de jóvenes, drogadictos, alcohólicos. El microtráfico ha permeado toda la sociedad. El ´chirrinche´ se compra como la valvulina, para los automotores, por pinta, o por recarga. La prostitución, los embarazos no deseados, el maltrato intrafamiliar. En fin, es una sociedad, como en Sodoma y Gomorra, a punto de ser azotada por tempestad de fuego y azufre. Merecido lo tenemos.
Menos grave pero sintomático de la misma degradación, son los parques tomados por carros gigantes cuyos propietarios los parquean, encima de jardineras, canchas, como en sus garajes privados. La inundación de caca de mascotas y marihuaneros humeantes que impiden el disfrute de estos escenarios. Los escandalosos bochinches de roneros, mal educados, con equipos de sonidos desorbitados por decibeles que no permiten que los vecinos descansen.
Que me vengan a convencerme, ahora, los candidatos de la mequetrefería, valiéndose de rutinarios y aburridos argumentos, más parecidos a idioteces, para que votemos por ellos. Buena parte de estos maromeros y saltimbanquis, de las campañas electorales deben buscar otro oficio.
De verdad, verdad: ¡Esto no cambia, si nosotros no cambiamos!