Fue un negro grande por su estatura, especialmente por la maestría con la que interpretaba el Vallenato del que hacía gala con su acordeón, sus composiciones y un tono profundo y quejumbroso que aun, genera emociones conmovedoras.
Alejo fue una figura enigmática que recorría el Caribe, tocando y cantando, desde la ocasión en la que salió de la Hacienda Las Cabezas, de su natal El Paso, en donde, después de servir como peón, ranchero, ayudante de cocina, en fin, labores varias en esta que megahacienda ganadera decidió partir. “Cuando salí de Las Cabezas: Salí con la ambición de triunfar y sucedió, aunque era incierto”, comentó en alguna ocasión.
Alejo Durán Díaz, dechado de un gran Don de gente, generoso, desprendido, algo tímico, quizás retraído, hacia parte de una gran dinastía de músicos. Su bisabuelo, Pio Durán, un antioqueño, tocaba tiple. Su padre y varios de sus hermanos, de los que sobrevive el rey Vallenato Náfer Duran, han sido músicos, reconocidos y de gran trayectoria. Tuvo un hijo de mucho renombre por su calidad para interpretar el acordeón, se trata de Octavio Mendoza Duran, el Negro Mendo.
Su hermano Nafér Duran, compositor acordeonero y gran ejecutante de los tonos menores en ese instrumento, señala que su abuelo Juan Bautista Duran Pretel,”fue tocador de gaita y acordeón. Mi papá fue acordeonero excelente, pero en aquella época la música acordeón no tenía ese valor, no se le deba la importancia que tiene ahora porque más bien a los papás no les agradaba que sus hijos aprendieran el arte de tocar el acordeón”.
Alejo, Tuvo más de 40 incursiones en la fonografía, ya fueron discos de larga duración o sencillos, como se le llaman aquellas producciones discográficas de dos cortes, como ocurrió en 1950 cuando hizo su primera grabación para el sello Atlántic de Barranquilla, con los temas UepaJe, conocido como La Trampa, y por el otro Joselina Salas, y cuatro años más tarde en 1954 en Cartagena donde grabó una de sus canciones más afamadas, el paseo, 039.
Su primera canción, Las Cocas, de Coqui, cocinero de los vaqueros, fue el preludio de una explosión como compositor alcanzado la cifra aproximada de, por lo menos, tres centenares a través de un estilo narrativo y costumbrista que componiendo mientras recorría pueblos y veredas por lo que se le reconoce como verdadero juglar.