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De los demonios, ladrones e intrigas en el vallenato

EL MITO CALIXTO*

El 18 de noviembre se cumplen siete años de la partida de Calixto Ochoa

La discusión protagonizada por la veintena de hombres agotados y sudorosos, que descuajaba una montaña de caracolíes, carretos y guayacanes se extendió hasta la madrugada. El tímido muchacho que colaboraba con oficios varios en el rancho y adelantaba la preparación del almuerzo mientras las cuadrillas llegaban, desde su hamaca desflecada, apenas rezongaba. El cruce de opiniones, comentarios y reclamos, fue como un somnífero: quedó profundo.

Entre todo lo que se decía, un asunto resultaba cierto y algo asombroso: segundo día en que, como por arte de magia, el acordeón cambió de puesto, no obstante, permanecía, en un rancho solitario, custodiado por un ingenuo muchacho y, para colmo, más que colgado, inamovible, amarrado con nudos y sobrenudos, a una biga de madera, en el alar del rancho.

Algo que nadie podía explicar, pasó ese día. El cándido cuidandero se entumeció del susto al sentir que el fuelle se desdobló a la velocidad de un relámpago y un sonido grave de bajo desafinado, cuyo eco penetró la profundidad del cuajarón montañoso, le taladró el oído.


Para desgracia caminaba hacia una pequeña quebrada a través de un estrecho sendero y brincó, como liebre, cuando una bandada de perdices alarmada por su torpe chancleteo, voló despavorida. Giró la cabeza de manera brusca para mirar hacia atrás, lo le produjo una electrizante contracción muscular. Con la cabeza ladeada por el dolor, oteó el rancho y vio un fantasma, medicina suficiente para enderezarla y olvidarse del dolor. Un sombrero colgado en un palo de Brasil que servía sostén del techo de la pequeña cocina delineaba, en el suelo, la figura de un viejo flaco.


Rafael y su cuadrilla regresaron pasado el mediodía. Reposado sentado en La angarilla de un burro, que estaba en el suelo, levantó la vista y, en el acto, reaccionó como un verdadero demonio al ver el acordeón con el fuelle extendido en un giro de 360 grados, casi a punto de partirse en dos.

 

  • ¡Maldita sea, quien abrió esa vaina!, Dijo mirando hacia el instrumento, cuyo fuelle sonreído dejaba entrever los quiebres lullidos y las suturas tomadas con un esparadrapo amarillento y deshilachado.
  • Ni siquiera sé cómo se abre, -Respondió el muchacho, casi temblando.
  • Entonces, serán las brujas, porque ¿Quién, si aquí namá quedai tu?


Acorralado y casi descubierto, con mirada vacilante y en silencio, empezó a hacer rayas en el suelo con el dedo gordo del pie. Rafael, se incorporó, tomó el instrumento, lo cerró y lo introdujo en un saco; le amarró la boca, y lo encaramó en lo más alto del techo del rancho.


La región de Juan Márquez, circundada por el Río Viejo, quince kilómetros al suroccidente de la población de Valencia de Jesús, caserío se heroica historia, en donde los españoles construyeron una de las iglesias más bellas de la región, había despedido al grupo de trabajadores, dos semanas atrás.


De regreso la arria mezclada de burros y bestias de desplazaba presurosa a través de la trocha del Orinoco, avanzando a lo largo de la Sabana Pan de Azúcar que linda con el río Cesar, hacia adentro.


Alguien detuvo los animales para mostrar el lugar en donde, contaban los abuelos, había aparecido el diablo. En el lugar, hasta las piedras quedaron calcinadas, casi pulverizadas.

 

  • Si el diablo sale por aquí, dijo el muchacho, puede ser que todavía ande por ahí y cogió el acordión.
  • Quién te viere –Dijo Rafael, y agregó: Tengo pocas dudas que el diablo acordionero, seas tú.


Desde ese momento no pronunció una palabra más, hasta cuando entraron al pueblo. Una mezcla de ira y de ansiedad lo había silenciado. Paró orejas cuando el más anciano de la cuadrilla contaba leyendas de apariciones del demonio. Era el abuelo de Milciades Rodríguez, quien recordó como Francisco el Hombre había derrotado al diablo cantando el credo al revés, acompañado con su acordeón.


Entrando a Valencia, Rafael, dijo: “Diablos acordioneros como que hay en toas partes. En La Jagua del Pilar, también. Otro diablillo acaba de aparecerse aquí en Valencia. Aquel diablo se llama Emiliano Zuleta, quien le robó el acordión a Francisco, pero no El Hombre, Francisco Salas, su tío, y vean el acordionero que es hoy. Tiene fama por tos’ laos, ojalá el diablo de aquí eche pa´ lante, tocará apoyalo”.


El muchacho, lo seguía con la vista, y se sonrió.


¿De qué reiii? ¿O es qué estai confirmando lo que estoy pensando? Así que si querei aprenedé a tocá, podei dale. Yo no tengo otro camino que ayudate.


El joven sonrió y se lanzó desde la bestia y se abalanzó hacia la de él. “Apartarte, que voy de afán”, le dijo esquivándolo

En busca de nuevos horizontes, Rafael, abandonó Valencia de Jesús. Su acordeón como adherido al cuerpo, parecía una quinta extremidad. Para salir de casa o de viaje, se colgaba el acordeón, primero que la ropa. En alguna ocasión salió a dar vueltas en el caserío, y se devolvió al percatarse, casi en la calle, que estaba semidesnudo, porque se colgó el acordeón en el hombro sin, ni siquiera, ponerse la camisa.


No extendió su fama, más lejos de las goteras de Valledupar, especialmente en las poblaciones de Mariangola, Aguas Blancas, Los Venados, Caracolí y Pueblo Bello, pero contaba con un inmejorable estilo y don extraordinario para ejecutar ese instrumento.

Ensilló una bestia y partió con rumbo norte hasta perderse en la profundidad del monte. El joven lo siguió con la mirada fija, infinita nostalgia y resignación franciscana, pero convencido de que lo seguiría hasta el fin de los siglos.


A la salida del Pueblo, se encontró con su compadre Camilo, miembro de la cuadrilla de trabajadores de los días de la región de Juan Márquez.


– Carajoooo, dijo en tono de extrañeza confabulada, usted no deja ese acordeón ni pa´ miá.
– Usted sabe, compadre, que este viejo acordioncito hace parte de la vida mía.
– Y de la vida del diablo también- Le respondió, y largó una carcajada sonora y burlesca….
– ¿Se va a hace usté el pendejo? Eso está claro. Ya dije, lucharé por ayudale pa´ que tenga su acordión.
– ¿De qué me está hablando?
– Ya le dije. Hágase el pendejo


Enseguida, cabestreó la bestia, y aceleró el paso. Llegó a Pueblo Bello, en donde consiguió trabajo con don Emilio Strauck, un alemán de refinados gustos y extraordinarias habilidades para los negocios, quien después de un paso fugaz por Valencia de Jesús se radicó allí y organizó haciendas productoras de café y pancoger.


Mientras la fama de Rafael, dedicado a los negocios y a vivir de la nostalgia por su tierra, se fue extinguiendo, la del joven crecía de manera sorprendente. Con acordeones prestados usados, fugazmente, en los recesos de las agotadoras jornadas de jornalero, ordeñador y, a veces de becerrero, fue construyendo un estilo único, al tiempo que su voz de tonalidad grave, maduraba.


“El muchacho se defiende”, comentaban paisanos suyos, poco convencidos de su calidad de intérprete. Con el mismo pesar con que despidió al acordeón más que a Rafael, cuando éste se fue a Pueblo Bello, se despidió de Juan Bautista, otro gran maestro del acordeón, en Valencia de Jesús.

Se fue para la región Sabanas de Verdecia, en el municipio de Codazzi. Allí trabajó, por un tiempo, para doña María Mejía, una rica ganadera, quien lo acogió con gran cariño, pues tenía importantes nexos con Valencia de Jesús, población que visitaba para vivir la gran devoción de este pueblo y su gente por la Semana Santa.


Obsesión y acordeón


Pueblo Bello, en carnavales y en diciembre, o cuando había visitas especiales en casa de Rafael, se acostaba y despertaba con las notas de su acordeón. De tiempo en tiempo, cuando ya la telaraña casi cubría el instrumento, lo limpiaba.


El obsesionado joven apareció en escena. Jornaleando había reunido unos pesos y fue hasta Pueblo Bello. La sorpresa de Rafael fue más grande cuando le contó que tenía la primera parte del dinero para comprar un acordeoncito y que deseaba engancharse en algo para ganarse el resto.


Don Emilio, le ordenó ponerse al frente de una recua de mulas con las que transportaba carga hasta la estación de los vehículos que transportaban pasajeros y productos de pancoger hacia Valledupar.


El día que recibió el último centavo con el que completó 35 pesos que necesitaba para dar el primero de dos contados del acordeón, lo compró. Rafael y Emilio, tenían la seguridad de ser un joven serio, por eso no tuvieron temor de servir de codeudores por los restantes 35 pesos, que llevó a los pocos meses.


Por las noches Rafael le contaba la nostalgia por su tierra y su gente. Solo usted, hermano, colma si anhelo, mi nostalgia. Voy a llevarlo para que conozca el lugar desde donde diviso mi Valencia del alma, para saciar mis deseos de estar allá y calmar mis tristezas.


Una tarde de sol brillante, llegaron al lugar, una planicie en la cúspide de una inmensa colina. Se sorprendió: “Provoca volar y caer allá”, le dijo a Rafael. “Claro, hermano. A mí también, pero algún día vuelvo”.


Con su acordeón al hombro, abandonó Pueblo Bello, en medio de una gran nostalgia por Rafael. Unos maromeros que pasaban por Valencia, lo vieron tocar el acordeón y lo contrataron para que hiciera la parte musical del espectáculo. Así, viajó por Los Venados, Caracolí, Mariangola, Aguas Blancas, El Copey, Caracolicito, entre otros pueblos de la región.


Días después, a la media noche, lo serenateó con la otra canción que se disputa el honor de ser la primera de las más de 1.000 que compuso el gran maestro: El Plan de Salas, en la que le reclama por su larga ausencia y olvido de Valencia de Jesús, su tierra.


*Crónica escrita por:
Luis Joaquín Mendoza Sierra

Luis Joaquín Mendoza Sierra

De esencia campesina, hijo de la calle, como llamaron, por siempre, a los paridos fuera del matrimonio, nacido en el corregimiento de La Peña (La Guajira), creció realizando tareas rurales en calidad de sirviente, hasta que soñando trascender, fundado en su gran tenacidad, se trasladó a Valledupar, y al ganar unos pesos desempeñándose como maletero y, más tarde, lustrabotas en el aeropuerto Alfonso López, de esa ciudad, se lanza a la conquista del universo que soñaba convirtiéndose en comunicador social-periodista, en la Universidad Autónoma del Caribe.

Luego de un recorrido feraz a través de medios de comunicación de Valledupar, escala hacia Bogotá en donde labora como periodista de RCN radio orientado por el maestro Juan Gossaín, y al tiempo, por las noches y los fines de semana estudia, inicialmente, la maestría en ciencias políticas y, luego, la especialización en integración económica internacional en la Pontificia Universidad Javeriana.

La experiencia y los estudios lo convierten en estratega de campañas políticas exitosas, a través de un marketing innovador y, finalmente se encamina por la competitividad a partir de la que lidera la formulación de planes y agendas de productividad y competitividad, de los departamentos del Cesar y La Guajira.

Luis Joaquín, un ser humano que transpira humildad y generosidad, ha escrito varios libros, entre ellos la biografía novelada de Diomedes Díaz, Un Muchacho Llamada Diomedes que, con la muerte del cantautor de fama internacional, desarrolla una versión aumentada llamada El Silencio del Coloso. Es, así mismo, músico y compositor por afición y estudioso de la competitividad territorial en la que se desempeña como consultor regional.